12 de marzo de 2018

Julio Montt S.

Julio Montt Salamanca
Don Julio Montt
Subteniente del Chacabuco

I.
Hecha ha quedado en las pájinas anteriores de este libro la lista de los que en La Concepción pelearon dos días i una noche sin rendirse, i en consecuencia habrá de necesitarse espacio estrecho para hacer memoria de los tres sublimes niños que allí secundaron a su capitán i a su lado murieron.

El subteniente Julio Montt tenía al morir solo veinte años.
El subteniente Julio Hernández, diezinueve.
El subteniente Cruz, apenas dieziocho.

Indecisos para escojer la miés de la muerte i en el orden de prioridad de los años, elejimos en estas memorias, que forman un libro de lágrimas, pero que tienen las compensaciones sublimes de la inmortalidad, la designación de la suerte. La fama de los hechos memorables, así como el baldón del banquillo, es también susceptible de ser diezmada...

II.
Julio Montt Salamanca, fué hijo del apreciable caballero don Manuel Montt Goyenechea, i de la señora Leonarda Salamanca, noble matrona fallecida en 1878, es decir, en la víspera de la guerra que había de matarle su hijo, amado por ella con indecible terneza.

Julio no había venido solo al mundo; porque en el regazo de su madre hízole compañía un jemelo a quien pusieron con donaire el nombre de César—"Julio César"—i ambos nacieron asidos por una sola vida en Valparaíso el 26 de setiembre de 1861. Ambos luciéronse soldados más o menos por el mismo tiempo i para iguales fines.

Julio entró al rejimiento Curícó para marchar a Lima, César se hizo carabinero de Yungai para pelear las batallas de la patria a la vista de su hermano,

III.
No se creyó por nadie en Casablanca, lugar de la residencia de su padre, que el subteniente Montt hiciera lucida figura en la guerra. Era un niño de hermosa i casi artística cabeza (cual se deja ver en su retrato), de ojos profundamente azules i melancólicos i de una contestura frájil i enfermiza, a tal punto que un tenaz mal de garganta le traía desde la niñez luchando con la muerte.

De suerte que cuando se supo en la aldea del hogar la brillante manera como se había conducido en el Manzano i en Chorrillos el antes delicado mancebo, hubo entre los suyos tanto regocijo como admiración: sólo su padre no se sorprendió porque le conocía más allá de la trasparente corteza de su sér. "Era rasgo distintivo de su carácter,—nos ha dicho el autor de sus días en tierna carta escrita en el segundo aniversario de su muerte (9 de julio de 1884),—ser tan pundonoroso, que antes de merecer reproches por faltas cometidas, habría preferido recibir cien balas, porque dentro de un cuerpo al parecer de junco se encerraba un alma de roble."

IV.
I esa era la verdad, porque un testigo extranjero i abonado, el doctor irlandés O’Regan que lo curaba de su dolencia física i conocía su moral, agrega sobre él que fué un soldado tan valiente como modesto: "a soldier as modest as he was brave."

El doctor irlandés no había a la verdad esperado mucho éxito para su fama al ver partir aquellos dos niños que acababan de ser arrancados al almácigo de su hogar i de su aldea (fresh from the nursery). Pero el eco de Chorrillos i después el de La Concepción, llegó pronto a desengañarlo.

V.
Está ya contada la muerte del subteniente Montt del Chacabuco, i así queda escrita también la vida de este querido adolescente, porque como lo dice con filosófica exactitud el capitán de su propia compañía en el rejimiento Curicó, don Daniel Polloní,—-"¿Qué puede contarse de la infancia de un ser que ayer era un niño i hoi sólo es un niño muerto?"

La única diferencia está en que la cabeza del primero tenía por aureola la risueña vida, i la del último, la imperecedera corona del martirio en la inmortalidad.


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Texto e imagen tomado del Álbum de la gloria de Chile, Tomo II, por Benjamín Vicuña Mackenna

Saludos
Jonatan Saona

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