20 de agosto de 2011

Carta de Inclán a Montero

José Joaquín Inclán
Carta de José Joaquín Inclán a Montero

“Tacna, marzo 05 de 1880 

Señor contralmirante don Lizardo Montero

Mi distinguido amigo:
Supongo que las múltiples atenciones que te rodean no te hayan permitido contestar a las diversas que te he dirigido desde mi venida a ésta. Por consecuencia no hago queja de ello y repito está inspirado por el interés que nos inspira a todos.

Creo, amigo mío, llegada la vez de que vayan ingresando a esta plaza todos los cuerpos que sean indispensables para guarnecer ese puerto, por las razones siguientes:

1- porque mejoren de clima y de condiciones higiénicas;

2- porque sé por diversos conductos que los soldados están muy violentos por su escasa y mala alimentación, así como por las fatigas que sufren a la intemperie, recibiendo ración escasa de agua, descontento que se explica con la deserción que están sufriendo los cuerpos y,

3- porque ha llegado el caso de concentrar acá las fuerzas que deban obrar o esperar al enemigo, pues hay más recursos y elementos para su completa organización. Por otra parte, no me parece necesario ni conveniente que estés corriendo los peligros que presenta el diario y desventajoso bombardeo, exponiéndote a una desgracia que daría por consecuencia la desorganización del ejército y con ella la ruina de la patria. Un general en jefe no debe prodigar su persona a los peligros sino en momentos graves y decisivos y éstos no han llegado aún.

El señor coronel Carrillo basta a mi juicio para quedar encargado de la defensa de Arica en el que no llegará el caso de que intenten un desembarco.

Nuestra situación es delicadísima y requiere aprovechar los instantes y concentrar el mayor número de elementos ya que nada podemos esperar del gobierno de Lima, que por su inercia parece que quisiera nuestro sacrificio.

Estamos pues reducidos a nosotros mismos y a lo que puedan ofrecernos nuestros aliados para los que eres un lazo de unión indispensable. Si tenemos la suerte que los chilenos se entretengan en ocupar el valle de Moquegua, nos habremos salvado, pues podremos completar nuestro equipo de campaña y habrán descansado y reorganizándose las fuerzas de Bolivia que están en marcha. Con ellos y con los cuerpos de la División Gamarra podremos presentar al enemigo en una batalla campal diez mil hombres bien organizados.

Los reconocimientos que he practicado con los jefes que hay en esta plaza de las posiciones que dominan este valle, nos han manifestado que no hay una sola posición ventajosa en que pudiéramos arrastrar al enemigo a combatir pues el terreno no presenta sino llanos o curvas suavemente inclinadas, sin ventaja para los defensores del terreno y antes por el contrario favorables para la artillería y caballería enemiga.

Dadas tales condiciones topográficas, parece lo más conveniente anticiparnos a ocupar el valle de Sama que aún cuando no ofrece posiciones ventajosas, presenta dos ventajas: impedir que el enemigo ocupe el valle, obligándolo a combatir sin poder refrescar su gente y caballada, y colocar a nuestros soldados en una posición desesperada, en la cual no les quedaría más elección que la muerte o la victoria, pues colocados entre el enemigo y un río invadeable, distantes diez leguas de Tacna, no les quedaría otra elección, pues si se dispersasen la caballería enemiga los exterminaría. Colocarlos en tal posición es semejarla a la quema de las naves de Hernán Cortés en la conquista de México. Pienso así porque la historia y la experiencia me han demostrado que el ejército que combate teniendo una ciudad a su espalda afloja con facilidad, y más si parte de ese ejército pertenece a los habitantes de ella. En la batalla de La Palma influyó mucho tal circunstancia, así como en el combate del Morro del 65, en que los ariqueños nos abandonaron cobardemente, portándose con bravura en el del Conde, cuando obedecían a Elías, porque no tenían casita dónde guarecerse.

Quince o veinte días que los chilenos se demoren en el valle de Moquegua, si sus habitantes los hostilizan con perseverancia harán que se diezmen por las enfermedades y sin ser la Capua que enervó las huestes de Aníbal nos presentará al enemigo debilitado, compensando así la pérdida que sufre el nuestro por igual causa.

Tan luego que los chilenos se preparen a avanzar sobre Citana, si ocupan Moquegua o no, debería ordenar a Gamarra que defienda Ilabaya con sus fuerzas y de allí a mi hacienda de Coruca, por donde sin peligro posible, puede ejecutar un brillante movimiento de flanco para reunírsenos en Sama, o pasar a ésta por el camino del puquio y descender a Calana.

Las fuerzas de Moquegua nos podían quedar siempre inquietando la retaguardia enemiga unida a los guerrilleros de Locumba, etc.

El conocimiento personal que tengo del terreno me hace darte tal opinión como fácil de realizar y de utilizar fuerzas que quedarían aisladas, una vez desocupado Moquegua por los chilenos.

Por el telegrama que te he dirigido verás que he procedido con actividad y economía en las adquisiciones hechas. Tuyo afectísimo amigo seguro servidor.

J. Inclán”.


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Texto de la carta, tomado del blog memoriaperuana de Reymundo Hualpa,
Fotografía de la colección de Eduardo Dargent

Saludos
Jonatan Saona

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